Una libertad que no encuentra ningún límite no puede definirse, precisarse, diseñarse claramente. Solo los límites le dan un sentido, una consistencia. Pero, ¿dónde están? Respuesta: allí donde un daño se sigue de su uso. Daño para sí, o daño para el prójimo. Pero ¿quién está habilitado para juzgar los daños? Los padres, los adultos, las personas investidas de poder, autoridad o experiencia.
No hay libertad, en efecto, si debe pagarse con un disgusto o una pena, con una falta o un apuro, con un riesgo para uno mismo o para el otro.
Por supuesto, a veces es difícil ser juez y parte, saber lo que es perjudicial para uno mismo o para el prójimo; pero a menudo es más difícil aún confiar esta tarea a un tercero siempre susceptible de abusar de la autoridad.
Con la autodisciplina se arriesga menos.
miércoles, 20 de mayo de 2015
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario